sábado, 6 de septiembre de 2014

SOBRE LA LIBERTAD

Una de las cuestiones que más me ha preocupado desde que uso la razón con sentido -o al menos eso creo- es la de la libertad. ¿Qué es la libertad? ¿A caso existe? En mi opinión, podemos hablar de dos conceptos: la libertad propiamente dicha y la libertad social.
La libertad propiamente dicha es aquella que nos permite tomar nuestras propias decisiones. Pero yo no he elegido este rostro ni estas manos, ni siquiera esta vida... ¿entonces por qué tengo que vivirla? Eso no es nuestra libertad, no somos omnipotentes; hay cosas que jamás podremos decidir, cosas como la vida, la muerte, el cuerpo o la mente. Todo sería mucho más fácil, todo sería perfecto... Pero somos humanos, no dioses, y uno de nuestros rasgos es la imperfección. Nuestra libertad se forma alrededor del libre albedrío, la habilidad de tomar nuestras propias decisiones, pero no sus consecuencias. El problema está en que esa capacidad no es perfecta, por mucha gente que así lo crea. Suele fallar, hay veces que no podemos tomar una decisión por mucho que queramos, y todo ello por una de nuestras debilidades, la más bella de todas: las emociones. Las emociones son casi incontrolables, son lo que nos otorga nuestro lado salvaje, nuestro lado animal. Un toxicómano, por mucho que quiera dejar la heroína, si encuentra una dosis lo más probable es que se la chute. Un tipo corriente, por mucho que no quiera asesinar a nadie, si tiene un revólver en la mano frente al hombre que acaba de degollar a su madre, lo más seguro es que le pegue un tiro. Somos animales, somos impulsivos, estamos dominados por nuestro lado salvaje: las emociones. Y la única manera de llegar a ser casi o totalmente libres es dominándolas a través de la templanza. Consiguiendo controlar nuestro cuerpo y nuestra mente dominaremos nuestra vida. Suena sencillo. No lo es.
Otro punto de vista de la libertad es la libertad social. Similar  a la libertad propiamente dicha y a la vez incomparable. Los humanos somos animales formados y repletos por miedos e inseguridades. Necesitamos la sociedad para sobrevivir, pero para vivir en ella hemos de vender nuestra libertad ciñéndonos a unas normas. Sigue en juego el libre albedrío, por supuesto, pero las emociones evolucionan haciéndose todavía más nocivas. Nos han enseñado que necesitamos ciertas cosas para vivir, objetos o sueños inútiles los cuales nos atan y nos atan y nos van robando la libertad. Somos perros amaestrados, y cuanto más sigamos una pauta social menos libres seremos. Debemos vivir según nuestros principios pese a que los tiempos cambien. Si no, seremos ovejas en un rebaño de locos, dominados por objetos o pensamientos intrascendentes que nos harán ceder y olvidar nuestra propia libertad. Es triste, pero necesitamos la sociedad; más bien nos gusta la sociedad. Pero no hay que comportarse como un rebaño, nunca. Vive según tus principios y serás libre, y si aun así no lo consigues será que esos principios no tienen lugar en nuestra sociedad. Lo mejor es que vayas a vivir alejado de la civilización, en algún recoveco en el que puedas ser y sentirte libre.

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