miércoles, 10 de septiembre de 2014

EN UN BAR DEL INFIERNO

He pasado gran parte de la noche en un pub de la zona, tomando uno o dos pares de cervezas. Necesitaba relajarme, supongo, o quizá tan solo quería salir a tomar el aire en el interior de un antro subterráneo. Me he ido encontrando a bastantes conocidos, y todos tenían su opinión sobre este blog. Uno me dijo que le gustó bastante, otro que estaba loco, otro no creía posible que yo escribiera un blog, otro no creía posible que yo escribiera este blog y así sucesivamente... Todo críticas; algunas positivas, otras negativas, pero todo críticas: opiniones. Cada una distinta, y es que no hay dos personas iguales. A mí no me importa que me insultes a mí y a mi blog, no me desmoralizará en absoluto. Prefiero que seas sincero y que no lo leas si no te gusta, de verdad. Respeto la opinión, aunque en ocasiones no me importe lo más mínimo. Escribo lo que me gusta y como me gusta, y si veo que alguna crítica puede ayudarme a mejorar en lo mío la tomaré en cuenta. 
En fin, me estoy yendo por las ramas. Lo que quería decir desde el principio es que no he escrito durante dos días porque me he visto invadido por la desesperación, sin fuerzas ni inspiración. Así que he pensado que lo mejor sería recordar los viejos tiempos -no me preguntéis por qué-, y la mejor manera de hacerlo es publicando un relato que escribí hace dos años y que he estado mejorando. No es mi favorito, de hecho creo que está poco logrado, pero ahí va:


<<En aquella sociedad no estaba bien visto tratar a un oficial de aquella manera tan vulgar. Supongo que por eso mismo acepté la sentencia, aunque en el fondo sabía que no era del todo justa.

Mi rango para entonces era el de cabo, nada más que un pelele en aquel repugnante  y poco moral ejército.  Fui degradado al puesto de empalador. Era un oficio desquiciante, que consistía básicamente en clavar todo tipo de extremidades en mástiles de madera y colocarlos alrededor de la muralla de la ciudad. Todo para atemorizar al enemigo y reducir la hostilidad del proletariado.

Pasé varios meses degollando, troceando, mutilando y despedazando cuerpos de toda clase y de toda raza humana. A cada día que pasaba mi sangre se enfriaba y mecanizaba, hasta el día en que me convertí en nada más que en una máquina carnicera.
Sesos, vísceras, intestinos, grasa… sangre y más sangre. Pero hubo un día en el que me harté y comencé a gestar en mi mente un plan maquiavélico, más bien genocida: empalar a todos y cada uno de los oficiales de aquel miserable ejército.

Amaneció nublado una mañana de un mes que no logro recordar. Tras desvanecerse las primeras nieblas, la gente comenzó a observar en lo alto de los edificios de la plaza mayor a todos los malnacidos que tanto les hicieron sufrir, sin excepción alguna.

Comenzaron a reír y a bailar sobre la sangre de aquellos seres sin alma, regocijándose y aclamando al hombre que realizó tan honorable hazaña. Nadie supo quién era.

Supongo que os preguntaréis qué fue de mí. El caso es que no podía vivir con aquel sentimiento sobre mí, con aquella culpa que vino por asesinar a tanta gente, aunque esta no fuera especialmente honrada. Así que, como ordenó mi conciencia, fui el último en empalarme, y lo hice en el mismo centro de aquella asquerosa plaza mayor. Supongo que por eso mismo estoy aquí, contándoos mi historia en este bar del infierno>>.

No hay comentarios:

Publicar un comentario