jueves, 2 de octubre de 2014

QUE CORRA LA SANGRE

El hombre dice que aparte la mirada, yo me niego. Tengo la vista clavada en la aguja que empieza a penetrar la piel de mi brazo izquierdo. Noto un dolor agudo, punzante, pero no me importa. Abro y cierro la mano para que la sangre bombee con fuerza y esta empieza a escapar de mi cuerpo por un tubo de plástico. La bolsa se va llenando, poco a poco. Medio litro. Siento el profundo deseo de que explote, tintando de rojo la habitación.
Me gustaría que la sangre que he donado fuera destinada a saciar la sed del conde Drácula, pero sé que eso no ocurrirá. Irá a correr por el sistema venoso de cualquier criatura del Señor. Ojalá vaya destinada a una buena persona, porque me sacaría de quicio ayudar a un malnacido; de verdad que me odiaría a mí mismo, sobre todo si es un jodido hipócrita.
Sinceramente, no sé bien por qué lo he hecho. Quizá para limpiar karma, sangre y todas esas chorradas. Quizá para ayudar a aquellas personas que necesitan transfusiones, aunque lo dudo mucho. Lo más probable es que lo haya hecho para recordar el color de mi sangre, para experimentar algo parecido a lo que se siente al desangrarse lentamente. Y es que me gusta verla; siento gran respeto por ella, porque es la que me permite continuar con vida y la que hace circular la adrenalina por mi cuerpo.

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